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Musa: agua

Agua, lamiendo mi piel, recorriendo mis rincones. Mar en calma, con corrientes profundas que me mecen a su antojo. Agua que forma nubes y me provoca tormentas. Lluvia de verano que salpica mi cara, y tienta a mi boca sedienta sin apagar del todo su necesidad.  Agua cálida que me sumerge, templa mis pensamientos y me apacigua. Agua que hierve dentro de mi pecho y bajo mi piel. Vapor de agua, agobiante, que me sofoca, que me obliga a jadear buscando aliento, que deja mi cuerpo repleto de surcos y de húmedos cristales. Cascada de agua tibia que me acaricia el pelo, que humedece mis labios y me cierra los ojos.  Hielo que se desliza sobre mi espalda erizándome la piel, incitándome a morderlo, que me castiga con su tacto abrasador. Torrente salvaje que inunda mis oídos, nublando mi juicio y haciendo que me olvide de todo lo que no son mis sentidos. Lago cristalino que recoge mi imagen maltrecha y la acaricia, la besa y la devuelve adornada en plata. 

Sentimientos

No fue hasta que hube vuelto a casa con la carta guardada en un bolsillo, y que estuve a salvo en la pequeña biblioteca de mi dormitorio que me permití dejar fluir todo lo que había estado sintiendo durante aquel encuentro. Hacía décadas que no le veía. Me había afectado profundamente encontrarle en aquel estado en la taberna: viejo, cansado y borracho. Me vino un fugaz recuerdo a la mente: una jovencísima imagen de mí tratando de tentarle con una jarra de hidromiel mientras él entre risas rehusaba y me decía "Yo no bebo, pues no soporto perder el control". ¿Qué había sido de aquello? No pude negar que le eché de menos profundamente cuando se fue. Se podría decir que la culpa había sido mía, aunque en realidad yo nunca le pedí que me amara. Decidió marcharse una noche de tormenta que yo había salido de caza; robó una de las espadas de la armería y se fue, dejando todas las puertas y ventanas abiertas. A mi regreso encontré una mansión fría y húmeda, y completamente vac

Musa: luna llena

Aúllale a la luna, lobo negro. Desnúdate de rabia, de amargura. Aúlla, si llorar no puedes. Que tu piel se erice con el viento del acantilado, que se alborote tu pelo brillante de plata, pese a que es negro. Como tu corazón. Aúlla, respira. Empápate del olor del mar, envuélvete en sal, fórjate en piedra. Para que seas fuerte en todas tus batallas. Para que el desaliento no llegue, no para quedarse. Para no sentir el peso de tanto que cargas. Para ser eterno, y magnífico. Por eso, trágate el miedo, sube a la roca, desafía al horizonte. Que tus cicatrices resplandezcan como tus ojos, como tus colmillos de marfil. Clava las fauces, y las garras en lo más profundo la tierra, reclama tu reino. Aúlla, lobo negro, hasta desgarrarte la garganta. Que la noche observe tu fiereza. Que tiemble, sabiendo de lo que eres capaz. Que el bosque a tu espalda se estremezca ante el eco de tu poder. Que no quede alma en el mundo que no sea testigo de la fuerza viva que desprendes.

Should not bury your passions...

How can you question God's existance, when you questioned God himself...? El guerrero llevaba solo unos minutos esperando cerca de la puerta de su cabaña cuando la sintió llegar. Fue un estremecimiento el que le dio la alerta, igual que hubiera ocurrido cada vez, antaño. Maldijo por lo bajo. Al parecer, su cuerpo no la había olvidado. Alzó la mirada hacia donde terminaba el bosque, afianzando las manos en el agarre de su espada, sobre la que se apoyaba. No se fiaba. Ella apareció entre las sombras de los árboles que proyectaba la luna. Vestía una capa blanca, como la nieve que pisaba al caminar pero no crujía bajo sus pies. Se detuvo al llegar a unos pasos de él, suficiente para permitirle ver un destello anaranjado de su cabello bajo la capucha. - "No sabía que esto fuera una fiesta, lobo negro." La suave voz entrando despiadadamente en su cabeza le hizo sobresaltarse. La parte de su mente que había tratado de enterrar tantos años se removía en respuesta. No

Frozen warrior

I might have gone black and white... El asesino estaba sentado en la barra de una taberna de aquella sucia ciudad, con una jarra entre las manos, ajeno a la algarabía de su alrededor, sus negros ojos fijos en el sucio paño que languidecía en una mesa, detrás de la barra. Ni siquiera sabía por qué estaba allí. Él ni siquiera era un verdadero asesino... Pero necesitaba dinero, pues la pequeña fortuna que había acumulado en sus años de combatiente se había ido gastando poco a poco, y ya se le habían pasado las ganas de luchar en grandes contiendas. Demasiado esfuerzo y responsabilidad... Inevitablemente sus pensamientos volvieron al pasado. Él no era tan mayor, pero sentía aquellos pocos años como si hubiera transcurrido una eternidad. Tantas y tantas misiones y luchas con un único objetivo: acabar con esa raza abominable que eran los vampiros. Cuánta fuerza convertida en odio, una juventud desperdiciada por dedicarse enteramente a destrozar y mutilar a esos seres. Qué convencido esta

Unplanned.

... not to give, hostages. Después de recuperarme del estrecho encuentro con mi hermano, que había dejado ciertas secuelas en mi capacidad de autocontrol, me tomé el tiempo necesario para pensar en cómo actuar a continuación. Encendí un fuego en mi salón privado y me senté en una butaca frente a la chimenea, con una copa de vino en las manos, y traté de pensar. Mi situación era bastante grave. Mis vasallos no eran de fiar, y acababa de enterarme que hacía tiempo que había perdido a aquellos que, según creía, creía me respaldaban en mayor medida. Eso significaba que mi casa ya no era segura, lo cual me conmocionaba bastante ya que me sentía muy a gusto en ella, y además era una herencia familiar de siglos y con decenas de útiles estancias ocultas y pasadizos... Por otro lado estaban mis amenazas directas. El hecho de que las dos personas que más me odiaban en este mundo hubiesen dejado de lado sus muchas diferencias con el único objetivo de acabar con mi vida era algo que aún me sor

You won't pull me down.

Crave for the rapture again... Sonreí y caminé hacia él, lentamente, la nieve crujiendo bajo mí a cada paso. Noté cómo sus músculos se contraían, quizá preparándose para defenderse, o quizá tratando de contener el impulso de abalanzarse sobre mí como una bestia. Exactamente igual que los míos. Cuando estuve a un palmo de él, alcé despacio una temblorosa mano y le acaricié la mejilla con suavidad. Mis ojos se clavaron en los suyos, y el instinto que ambos estábamos tratando de contener se hizo casi palpable en el ambiente, como si saltaran chispas en el contacto de nuestras miradas. Sentía cada milímetro de su piel ardiendo bajo mis dedos, como si todo su ser estuviese hirviendo de ira por aquel ínfimo contacto. Con esfuerzo, me enterré en lo más profundo de mi consciencia y me sepulté bajo toneladas de indiferencia y autocontrol. Aun así, mis colmillos refulgían bajo la luna, dolorosos en su ansia de clavarse en la carne de mi hermano, cuando abrí la boca para decir: - Entonces, si